Mary Carmen Molina Ergueta
De acuerdo con Leonardo García Pabón, la riqueza de la Historia de la Villa Imperial de Potosí de Bartolomé Arzáns radica en el despliegue textual de todas las condiciones para la existencia de una nación. Una colectividad, la potosina criolla, manifiesta un propósito de organizar en una sola estructura cultural y social una serie de elementos sociales e históricos diversos y fragmentarios (1998: 20). Gunnar Mendoza cree que el alcance crítico de la Historia se intensifica a través de la conciencia criolla que la escritura de Arzáns confiesa. Como criollo, Arzans se siente “objeto del aborrecimiento de los españoles contra los criollos y sintió la reacción consiguiente de éstos […] la cara positiva del sentimiento anti-español de Arzans es el criollismo” (1966: clxix). Arzans se encarga de dejar tatuada en toda su Historia una afirmación de la capacidad inventiva, nobleza, riqueza y moralidad criolla frente al grupo dominante minoritario de españoles. Las siguientes páginas quieren sugerir los puentes de diálogo que se extienden entre la Historia y otra escritura hija de ésta: Cuando vibraba la entraña de plata de José Enrique Viaña. Escrita en 1948, la novela, como muchas otras, toma prestados ciertos elementos de la escritura del potosino. Sin embargo, este préstamo no se contenta con adaptar: está más acá de la intensificación de las ideas de Arzans pero más allá de la repetición de éstas. Como casi toda escritura que bebe de la Historia el mecanismo creativo de esta novela es también el del recorte. Los hilos que se tejen entre ambas escrituras, sin embargo, interesan a esta escritura en el sentido de que enuncian la fundación de una nueva nación criolla a través de la expresión de la capacidad inventiva y la riqueza criolla en el ámbito festivo y el económico.
El festejo potosino que narra Arzans está cargado de una función ideológica que, según García Pabón, consiste en la exaltación de un sujeto colectivo criollo (1998: 36). La fiesta de la Historia busca, entonces, construir y expresar la diferencia del criollo (ibidem: 41): destacarlo, darle un espacio. Ambos narradores, el de la Historia y el de Viaña, se interesan en resaltar la riqueza criolla para darles peso noble y moral e igualarlos (o superar) frente a los españoles. Encontramos, en este sentido, huellas de la lectura de Arzáns en Viaña que intensifican, en ambas narraciones, las tensiones ideológicas entre las que se debaten potosinos, españoles y, porqué no, las mismas escrituras. Arzáns describe los festejos reales debidos al nuevo monarca Felipe IV teniendo como una de las principales preocupaciones la construcción detallada de la figura del criollo Contador de las Cajas Reales, D. Alonso Martínez Pastrana:
Venía el gallardo contador en un caballo negro, chileno, alto y fuerte. Vestido a lo cortesano, los cabos bordados de oro (de hilo de oro se entiende) y embutidas muchas esmeraldas; las blancas mangas que por los cabos descubría estaban bordadas de aljófar y ricas perlas. Cubría su cabeza un rico sombrero negro con plumas encarnadas, blancas y verdes. En la terciadura traía una joya de oro y diamantes que era de la forma del Cerro de Potosí, de más de 10.000 pesos de valor […] Traía el gallardo contador en la mano derecha una lanza dorada con un pendoncillo rojo, en la siniestra su adarga y en ella una espada ensangrentada que de la punta destilaba gotas de sangre, y abajo decía “Por la expulsión se derrama” (1966: 348).
En la novela de Viaña notamos esta intención arzaniana cuando el narrador se ocupa de describir los mismos sucesos:
[…] caballero en un brioso corcel de batalla, negro y lustroso, enjaezado a la jineta, vistiendo un rico traje de brocado, ceñida al cuerpo una finísima coraza de acera damasquinado y acerado marrión en la cabeza, venía el Contador de las Cajas Reales, D. Alonso Martínez Pastrana, y en pos de él hasta cincuenta mancebos criollos airosamente montados y ricamente vestidos. D. Alonso traía en la diestra una lanza de dorado hierro con rojo pendoncillo y pintada en la adarga, - que llevaba pendiente del arzón por el ‘lado izquierdo’,- una espada goteante de sangre rodeada de unas letras que decían: “Por la expulsión se derrama” (1948: 261, 262).
La narración de Arzans es mucho más rica no por la mirada puntillosa sino por la construcción puntillista a través de una mirada también construida al detalle, es decir, palabra por palabra, donde no importa mucho lo que pase sino cómo es que pasa eso que pasa. La descripción de Viaña continúa hasta ser interrumpida por la entrada del compacto grupo de cuadrillas vascuences. Éstas se muestran lujosas también, sin embargo, no pueden ocultar, según el narrador, “la desconfianza, si no el temor, que les impedía lucir desembarazadamente su brío y su destreza” (ibidem: 263). La descripción se corta o, más bien, el narrador la recorta. Como en Arzáns, interesa acá la valoración criolla y no el bosquejo vascuence. Sin alejarnos de la descripción de estos festejos reales, encontramos al menos una huella más en éstos que enuncia la fundación de la nación potosina: la figura que ocupa los escudos de la naciones del bando de los vicuñas: el Cerro de Potosí. García Pabón expone que, para los criollos, el cerro significa el comienzo de su historia como potosinos que, a la vez, deviene una alegoría a-histórica ya que se yergue sobre el olvido (o rechazo) de una historia española anterior y común (1998: 48, 49). Los andaluces traen por divisa en las adargas “un cerro de plata que manifestaba ser el de Potosí con varias letras y enigmas cada una” (1966: 348), detrás de éstos, entra con brío y arrogancia la nación portuguesa que tiene por divisa “el Cerro de Potosí con un águila imperial encima y varias letras y enigmas” (ibidem); entran los castellanos mostrando en las adargas “de buena pintura el Cerro y la Villa con varias letras cifradas”; por último, los extremeños (también) ricamente vestidos, ingresan a la plaza y “en las adargas estaba por divisa el Cerro de Potosí sobre un globo de plata con sus enigmas y letras” (ibidem). Reparemos en dos elementos ideológicos de importancia en la narración: el carácter visual del Cerro y el ciframiento del lenguaje. En primera instancia, notamos una postergación del elemento verbal en privilegio de lo visual: el Cerro de Potosí. La narración de Arzáns sugiere a través del Cerro en las adargas de los criollos que éstos no solamente están en capacidad de controlar la riqueza de éste (que es núcleo de la economía de la Villa) – y como veremos en Viaña, lo hacen – sino el deseo de consolidarse frente a la minoría vasca dominante como una colectividad potosina estructurada social y culturalmente. La codificación del lenguaje, por otro lado, es justificada por Arzáns a través de sus mismas fuentes y la lectura que hace de éstas. Otros autores tampoco declararon el sentido de los enigmas de las divisas. Sin embargo, podemos entender esto como otro falso desvío de Arzáns o como una manera de proteger a los criollos y a la escritura que los refiere (también criolla).
Durante las exhaustivas descripciones de la fiesta en Arzáns, García Pabon intuye que al narrador le interesa cualquier suceso donde los criollos puedan exhibirse a sí mismos, mostrarse públicamente, autoproclamarse capaces, inteligentes[1] y diferentes (1998:41-43). La novela de Viaña decide concentrar gran parte de sus propósitos narrativos en la construcción del sujeto criollo ingenioso e inventivo. El narrador enfocará la invención criolla en el espacio de la mina reforzando aquello que ya sugería la Historia: la necesidad de los criollos de gobernar su nación. La novela despliega el conflicto del hombre barroco, según Beverley, escindido entre “una autoridad y un orden social al que el individuo debe someterse y a la vez el ideal del individuo autónomo, confiado en sus propios poderes. La capacidad del entendimiento que debe resolver esta aporía es el ingenio” (296 en García Pabon: 42). El tratamiento que la novela desarrolla en torno a esta idea se construye en la atención criolla al descubrimiento y composición de nuevos métodos de extracción y purificación del metal, en la creación de nuevos artilugios para generar mayor riqueza. El Padre Torrez, personaje que aparece en los primeros capítulos de la novela y amigo de la familia criolla Ludueña, es un gran sabio preocupado en cosas de metales cree que el estudio, el trabajo de la mente y la ayuda del cielo pueden evita la decadencia (VIAÑA, 1948: 24-26). Alonso de Guzmán, padre de Sol de Guzmán, tiene también como preocupación el estudio y invención de nuevos métodos para lograr mayor beneficio del metal. Sin embargo, es objeto del ataque español que ve con miedo estas investigaciones: la Santa Hermandad lo acusa de nigromante. Esta acusación revela dos cosas: el poder corrupto de los vascos que controlan la Inquisición y la capacidad inventiva de los criollos, sentida como riesgosa y amenazante para el orden imperante ya que la posibilidad que tientan los criollos de acrecentar sus ganancias puede abrirles otra: la de acceder al poder. Las posibilidades de medrar en la Villa se van reduciendo para los criollos: la única que parece prevalecer es a momentos la que se activa a través del estudio. Durante muchos capítulos, el narrador elige pintar el cuadro de las pruebas de los distintos inventos. Ensayo tras ensayo, familias del bando de los criollos aparecen intentando no solamente el funcionamiento de este o aquel artilugio sino posibilitándose los medios económicos para la estructuración de una colectividad potosina. Sin embargo, del otro lado de estos medios económicos, descubrimos otros, si se quiere, de un tinte casi caballeresco. Francisco Marín, el espadero, ha hallado nuevas formas en la elaboración de armas para posibilitar la victoria (en este caso criolla). Introduce signos que mágicos y milagrosos en las espadas gracias a la intervención de un Mallcu. Éste conjura las espadas signadas abriendo la posibilidad de victoria para aquel que la esgrime. Pero ni Marín ni el narrador (tampoco el lector) conocen el sentido de estos signos nunca[2]. A pesar de este desconocimiento, consideramos que la composición de estas espadas sigue el mismo camino inventivo e investigativo y comparte el mismo objetivo de las investigaciones mineras: permitirle a los criollos demostrar su capacidad creativa. Otro personaje, mencionado todo el tiempo en la novela, ausente la mayor parte de ella, es el padre Barba, estudioso compositor de muchos de los métodos que probaran Ludueña, Ponce o Guzmán. Del otro lado, cuando el narrador entra en casa de vascuences, quiere resaltar la preocupación de éstos a causa del funcionamiento de los nuevos métodos mineros criollos o de los extraños poderes de la espada del criollo Ludueña. Sabemos que éstos terminaran por atormentar al personaje principal Nicolás Ludueña, pero lo que nos llama la atención es, por una parte, la mirada atada de manos de la familia vasca Berasategui, y, por otro lado, la decisión que tomará ésta: provocar la intervención del Santo Oficio. Otra vez, el ataque tiene por objeto impedir el desarrollo de los criollos (y, en consecuencia, de sus afanes políticos). La denuncia provocara en los criollos el sentimiento de desazón y descontento de un pueblo gobernado injustamente por una minoría interesada, como no los criollos, en su beneficio personal y no en el de la Villa. La conciencia criolla de la que hablaba Gunnar Mendoza se opone rotundamente a la codicia de los vascos, que el narrador de la novela se encarga de presentarlos como aquellos que vienen a Potosí, se hacen ricos y se van. Los criollos, de lo contrario, no podrían expresar actitudes de este tipo ya que su propósito es la construcción de la nación potosina (peruana para Arzans). El sentimiento patriótico es lo que impulsa la inventiva criolla y no así el deseo de beneficio personal o familiar.
Hasta el momento hemos visto que la lectura que hace Viaña de Arzáns tiende hilos que construyen un dialogo a partir de las mismas ideas. Sin embargo, creemos que Viaña es superado por mucho por Arzáns cuando se observa la mirada de ambos narradores hacia los indios. Arzáns muchas veces se asombra de la capacidad artística de éstos, y repite, a lo largo de toda su Historia, su carácter imprescindible. Es más, es capaz de acercarse y tratar de comprender, considerando que son los indios parte esencial de la lucha política que lideran los criollos frente a los vascos. A pesar de esto, Viaña decide no acercarse al grupo indígena de Potosí: prefiere mirarlos todo el tiempo como lo extraño y construir una mirada conmiserativa no humanizante: mira, podríamos decir, de lejitos. Al final del capitulo II, el narrador dice lo siguiente: “Apartábanse las gentes [de los indios] a su paso, como si de leprosos se tratase, sin una mirada de conmiseración” (1948: 34). ¿Nos está tratando de decir que él sí los mira? Y mas aun, ¿admite mirarlos conmiserativamente? Descubrimos, a largo de la novela, que sí. Pero ¿mirar conmiserativamente no es casi como no hacerlo de verdad? El indígena no tiene una presencia plena[3] en la narración: es un aparecido. Aparece, de repente, como una sombra; aparece en silueta- sin cuerpo: extraño, raro. Podría uno hurgar en esto extraño y espectral, sin embargo el problema está en que esta semi-presencia aparece y desaparece. Su aparición tampoco es plena desde el momento en que lo que cuenta es el esfumarse (o la esfumación) de este fantasma. La mirada conmiserativa es, hasta el momento, una mirada muy distanciada. El que (des)aparece no necesita ser comprendido: el narrador nunca dice nada de él. Recordemos la historia del espadero Marín. Introduce signos quechuas en sus espadas pero no sabe que dicen estos, sólo sabe que sirven para algo. En este sentido, Marín no penetra: sólo usa. Cuando el narrador entra a la mina (que no son pocas ocasiones), mira a los indios mitarios casi de reojo. La “trágica cadena humana” permanece “trágica cadena humana”: impenetrada (no así impenetrable), desconocida: como en algún momento lo dice, los indígenas despiertan la curiosidad en los desocupados (posibles narradores) y trascienden….al misterio: no trascienden. El narrador intensifica esta mirada al teñir lo desconocido de una cuasi-invisibilidad: “Al centro del grupo, apenas visible en medio de ellos, insinuábase la silueta del viejo Mallcu que, envuelto en un raído poncho, ornaba su frente con la franja roja y las tres plumas negras, miraba hierático frente a sí sin dar muestras de ver ni oír cuanto en su derredor pasaba” (1948: 82). Notemos dos gestos en la frase anterior: uno intencional y que no funciona y otro inmutable que destartale el mecanismo del primero. Éste quiere expresar algo que Arzáns repetía nada ingenuamente en sus narraciones: la importancia del llautu en la cabeza del indígena[4]. El Mallcu de este grupo de indígenas se presenta en la plaza vistiendo el llautu: esto es con lo que quiere el narrador que nos quedemos. Sin embargo, la adjetivación del Mallcu hace caer la intención narrativa e introduce en el lector un escozor: el Mallcu es casi invisible. Es cierto, aparece con solemnidad, pero apenas se lo nota. Toda la connotación que el llautu pueda tener, como símbolo de poder y, en este caso, de un poder que esta presente a pesar de la colonia, que es presentido a través de ésta, toda esta construcción desaparece. Creíamos que esta actitud conmiserativa y, porque no, floja podría dar un giro en el capitulo XIV: el amanecer del 22 de marzo de 1605, día del Mosoj-nina[5]. Nicolás Ludueña va a buscar al Mallcu para que éste conjure los poderes de su espada. Acompañado de Marín, Nicolás observa la ceremonia. El narrador traduce ésta a través del espadero: el quechua no interviene la narración. Aparecerá mas tarde, pero fragmentado (ibidem: 179). El extraño espectáculo es casi una curiosidad de circo que acalla las interrogaciones de sus observadores (ibidem: 176), es decir, permanece en puntos suspensivos…desconocido. No ha existido acercamiento alguno. Empezamos a pensar que lo que pasa no es solo la inmovilidad de la mirada y de lo mirado sino también la búsqueda de esta no-comprensión. La sombra que persigue a Nicolás Ludueña, un indígena, es, para el narrador y el personaje, el diablo. Hasta el final de la novela no sabemos si Nicolás sabe que esa sombra era alguien, ni siquiera sabemos si el mismo narrador está seguro de eso. Podría decirse que Ludueña se acerca a los indígenas, a sus artes mágicas. A pesar de esto, la aproximación ha sido de algunos pocos pasos y hacia otra dirección: hacia lo indígena como lo demoníaco (ibidem: 285, 286). Desde un principio hasta el final la novela decide permanecer ignorante, pero conmiserativa.
Los puentes que tendimos a lo largo de este ensayo concluyen que, en muchos aspectos, haber bebido de Arzáns implica una repetición intensificadora e innovadora; en otros aspectos, estos puentes no delatan más que posibles (y efectivos) derrumbes. A pesar de la comodidad del narrador de la novela de Viaña, consideramos que el despiste privilegia al despistador y al despistado. Arzáns ha imaginado un Potosí a partir de muchos hilos, uno de estos la conciencia criolla. La lectura que hace de ésta el escritor paceño ficcionaliza la Historia otra vez y vuelve a imprimir una huella arzaniana: la inventiva criolla en relación a la explotación del mineral del Cerro y a la exposición-fundación de una nueva estructura social: la potosina.
Bibliografía
ARZÁNS DE ORSÚA Y VELA, Bartolomé. Historia de la Villa Imperial de Potosí. La Paz: Biblioteca del sesquicentenario de la Republica, 1975. Edición preparada por Gustavo Adolfo Otero.
--. Edición de 1966 preparada por Lewis Hanke y Gunnar Mendoza. s/r.
GARCÍA PABÓN, Leonardo. “F(ec)undación y festejo de la nación criolla: la Historia de Potosí de Bartolomé Arzáns” en La patria intima. La Paz: Plural, 1998.
HANKE, Lewis. “El contenido de la historia” (capitulo I) en Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela: su vida y su obra, estudio introductorio. S/r.
MENDOZA, Gunnar. “El valor literario de la Historia” y “El valor sociológico de la Historia” (capitulos VI y VII) en Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela: su vida y su obra, estudio introductorio. S/r.
VIAÑA, José Enrique. Cuando vibraba la entraña de plata. Potosí: Ediciones Potosí, 1948.
[1] Los criollos eran acusados por los españoles de poco ingeniosos y torpes: “la nación criolla en aquellos tiempos estaba mal mirada de las otras de España…notándolos de poca destreza en la gallardía y mando de los caballos y que no sabían de invenciones curiosas” (ARZANS, 1966: 276 en Leonardo García Pabon, 199: 41, 42).
[2] Mas tarde, examinaremos brevemente este problema en la novela.
[3] En el sentido de efectiva y no porque consideremos que la novela debería hablar mas de él, contar sus historias.
[4] Véase por ejemplo la descripción que hace en el capitulo que describe los juegos reales referidos anteriormente (primera parte, libro VII, capitulo 7), o la manera en que Arzans condena la decapitación del Inca Atahualpa y su referencia al wanca quechua que cuenta este episodio (primera parte)
[5] De acuerdo con el narrador, el día del Fuego Nuevo.