ADÁN Y EVA ERAN AYMARAS
Liliana Colanzi
Hace varios años, un hermano de mi madre que es profeta de un culto ovni andino—una rama de los gnósticos—pasó una larga temporada en mi casa recuperándose de una cirugía. Durante su estadía, que yo disfruté muchísimo, se dedicó a contarme las historias de sus vidas pasadas (decía haber sido Charles Dickens y el maestro de sinagoga de Jesucristo) y a llenar las puertas de las habitaciones con símbolos para alejar a las fuerzas malignas. Un día, al volver del colegio, descubrí con pena que mi tío se había marchado. Sin embargo, había dejado en la biblioteca familiar varios libros: un par de evangelios escritos por él mismo, tratados esotéricos que explicaban la relación entre los extraterrestres y las culturas andinas y un texto al que al principio no le presté atención.
Se trataba de La lengua de Adán, posiblemente una de las obras más extrañas y fascinantes del siglo XIX. El autor, Emeterio Villamil de Rada, fue un excéntrico erudito paceño que se pasó la vida embarcándose en aventuras alocadas por todo el mundo. El libro permaneció ignorado en la biblioteca familiar durante años, hasta que un colega periodista al que le hablé sobre la religión de mi tío me hizo notar la importancia de La lengua de Adán. No solo se trataba de un libro raro, me dijo, sino que apenas se habían hecho tres ediciones en más de cien años. El manuscrito original había pasado varios años empolvándose en el Archivo de La Paz hasta que alguien lo rescató antes del incendio del Palacio presidencial en 1875. Esa misma noche regresé a buscar el texto de Villamil de Rada.
No era una lectura fácil. La lengua de Adán trataba de probar nada menos que el aymara fue la lengua perfecta, el primer idioma que hablaron los seres humanos y del que se desprendieron todos los otros. Villamil de Rada llegó a esa conclusión luego de aprender—se dice—22 lenguas a la perfección y de manejar medianamente otras diez. También, basándose en estudios arqueológicos, sostuvo que el Edén estuvo en los Andes, lo que significó una reivindicación explosiva de la cultura indígena andina, sometida a la servidumbre. Hoy en día cuesta creer la teoría de Villamil de Rada, pero en su época, cuando los conceptos arqueológicos y antropológicos modernos nacían, sus ideas fueron discutidas por lingüistas de todo el mundo—Umberto Eco lo menciona en La búsqueda de la lengua perfecta (1993).
A través del prólogo me enteré de que Emeterio Villamil de Rada se había suicidado en 1875 luego de intentar varias veces que el gobierno boliviano financiara la edición de sus trabajos. Busqué fotos suyas en vano. El bibliógrafo Nicolás Acosta lo describió como un hombre algo encorvado, de nariz ancha y ojos un poco saltones. Nació en Sorata, La Paz, en 1804, en una familia adinerada. Su primera aparición pública fue en 1825, año de la independencia de Bolivia, cuando pronunció el discurso de bienvenida a Simón Bolívar en su entrada a La Paz. Tenía 20 años. Antonio José de Sucre quedó impresionado con su oratoria y lo invitó a unirse a la comitiva, pero Emeterio rechazó la oferta.
Al año siguiente tuvo un encuentro crucial con lord Behring, un explorador británico que estaba de paso por La Paz y que lo invitó a seguirlo en sus viajes científicos por el mundo. Esta vez el joven Emeterio no vaciló: le pidió permiso a su padre, que puso a disposición su fortuna, y se lanzó a descubrir el Viejo Mundo.
En Londres, un tutor inglés lo preparó en el griego y el latín. Llegó a Francia con una carta de recomendación para el ya anciano general La Fayette y visitó Roma, Viena, Bruselas y Polonia.
Siete años después retornó a La Paz e inmediatamente quiso poner en práctica sus conocimientos. Sus empresas fueron de lo más diversas: dictó la cátedra de Literatura de la recién fundada Universidad de San Andrés, intentó incursionar en la política pero fracasó estrepitosamente y, por último, se metió en las minas de Coro Coro para buscar cobre. Acabó desterrado en Lima por causa de sus simpatías políticas, a los 39 años, y entonces se permitió, por única vez en la vida, la locura de enamorarse.
Se casó con la peruana Mercedes Castañeda en 1842, tras un brevísimo romance, pero la pasión le duró poco: un año después abandonó a su mujer y a su único hijo, Octavio—que moriría a los 19 años—, para irse al norte de Perú, atraído por la explotación de la quina. No se le conoció otra mujer, no tanto por su tendencia a la soledad—que era grande—como por su misoginia. En el Amazonas, Emeterio descubrió la variedad de quina llamada kallisaya y trató en vano de obtener ganancias vendiéndola a Europa. Aunque no le dio dinero, la experiencia le sirvió para entrar en contacto con otras lenguas nativas que le serían útiles para su trabajo filológico.
Luego se trasladó a San Francisco, California, atraído por la fiebre del oro. Emeterio se vio perdido en el anonimato, rodeado de una fauna humana de toda clase y nacionalidad y librado a su suerte en ese mundo tentador, hostil y peligroso. Allí se le ocurrió una idea que resultó lucrativa: abrió un periódico en cuatro idiomas que lo hizo millonario de la noche a la mañana. Ese fue el único éxito empresarial de toda su vida.
Al poco tiempo se vio tentado a invertir todo su dinero en la importación de casas de madera desde Nueva York, negocio que pareció funcionar hasta que un incendio redujo las casas a cenizas. El filólogo intentó repetir el éxito del periódico plurilingüe en Ciudad de México, pero esta vez fracasó.
Sin más alternativas, aceptó la propuesta de un joven pastor protestante de marcharse a Australia a buscar fortuna. Las cosas no pudieron salir peor. Al poco tiempo de llegar a Sidney, su amigo murió. Al lingüista no le quedó más que emplearse en oficios humildes, barriendo y fregando pisos. Sin embargo, aprovechaba las noches para estudiar a fondo las lenguas nativas australianas y las de la India.
En 1856 se lo encontró triunfante en Valparaíso. De allí prosiguió hasta La Paz, donde lo recibieron por primera vez con pompa y lo nombraron diputado del presidente Jorge Córdova. Ya sesentón, se arriesgó a un último negocio aventurero: la búsqueda de oro en las minas de Tipuani, que tampoco dio resultados. Anciano, el gobierno lo envió a demarcar los límites de Bolivia con Brasil, y en la frontera aprendió otros idiomas nativos del oriente boliviano.
Viejo, pobre y dueño de un enorme caudal de conocimientos, decidió mudarse a Río de Janeiro, donde empezaría a clasificar sus saberes y a darle forma a su vastísima obra, además de crear una sociedad de estudios antropológicos.
En Brasil escribió la totalidad de su obra, que supuestamente incluía títulos tan sugestivos como La localidad del Edén y su mapa de los cuatro ríos que designa con precisión el Génesis, La Historia prehistórica, generante de la ulterior y una Introducción al vocabulario en aymara teutónico. Glosario. El conjunto de sus manuscritos estaba destinado a conformar una obra de alcance disparatado: La filosofía de la humanidad.
En ese momento decidió acudir al gobierno boliviano. Preparó un resumen del contenido de sus trabajos y lo despachó, pero nunca recibió respuesta. Ese resumen, que fue rescatado del Archivo por un amigo de Nicolás Acosta y publicado en 1888 bajo el título de La lengua de Adán, por poco corrió la suerte de ser consumido por el incendio del Palacio, hoy Quemado, de La Paz. Es lo único que se conoce de la obra de Villamil de Rada.
El filólogo tuvo que mendigar la buena voluntad del gobierno de Brasil y apelar al interés de otros investigadores. Pero ya era demasiado tarde. Deprimido, desmoralizado, sin un centavo en el bolsillo, Emeterio Villamil de Rada se suicidó arrojándose al mar en 1880. Su obra se perdió para siempre.
De cuando en cuando, el nombre de Emeterio Villamil de Rada aparece envuelto en acaloradas discusiones en torno a la antigüedad de la cultura aymara o a la importancia de su aporte a otras lenguas o civilizaciones. Algunos lo consideran un iluminado, otros un ‘pseudolingüista’. Su libro es casi imposible de encontrar y, por esa misma razón, es buscado con avidez por coleccionistas de libros raros, investigadores, antropólogos y filólogos.
El gobierno de Evo Morales ha celebrado La lengua de Adán por su obvia contribución a la causa aymara. No obstante, todavía ninguna editorial se ha ocupado de reeditar el libro, que continúa siendo más famoso por el aura de misterio que lo rodea que por los estudios realizados en torno a él.
En cuanto a mi tío gnóstico, nunca pasó por mi casa a buscar sus libros. Lo vi hace unas cuantas semanas: era Año Nuevo y me contó que acababa de publicar cinco evangelios nuevos. Pero esa es otra historia.
es la verdad, solo eso pero no completa, la otra parte la tengo yo 90 años después,
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