Alba Balderrama
“Gritos desesperantes,
Muerte no te los lleves, elígeme a mí, llévame contigo, muerte yo no tengo miedo, muerte yo no te temo, muerte arrástrame hacía mi tumba, muerte mátame”
Así termina todo?, así de simple y barato?. Este un poema que no me dice nada.
Siempre me ha parecido una exageración el tema de la muerte en el arte, sobretodo en la literatura, así como el del sexo y el dolor. Están sobredimensionados según lo veo. Y por eso mismo, seguramente, no me he acercado mucho a la poesía que suena a letanía, a aquella que ensalza la muerte, la vuelve el personaje central, el principio y el final de todo. Y esa mi desconfianza seguramente también me hizo perder de vista encuentros importantes con autores sobre los cuales se han tejido sombrías leyendas, atribuyéndoseles pesadas páginas dedicadas a describir la muerte, que se acerca como una sombra para acabar con toda esperanza, con toda palabra. O por el contrario, para redimirla como la puerta de salida más efectiva. Y en ese saco de exageradas pretensiones, sin darme cuenta, cayó irrespetuosamente la poesía del hombre que hoy nos convoca, Edmundo Camargo.
De dónde saqué todo esto?, esta idea de Camargo como el alma atormentada del poeta por la cercanía de su propia muerte, del Camargo que escribió porque presentía su muerte? No lo sé… tal vez por el mismo título de su único libro “Del Tiempo de la Muerte”.
Es absurdo, y pensándolo un poco más, quizá este texto que leo ahora debería llamarse “Conversaciones sobre la muerte con una ignorante” y no con una exagerada.
La exagerada en mí necesita drama, porque para ella nada es tan aburrido como la verdad. Y claro la muerte, como tal, es lo más cierto que existe. Así que la exagerada empieza siempre por crear una odisea a cada situación, poner el tema en un laberinto que lo haga menos aburrido, que lo exalte, lo saque del mundo ordinario de la realidad. Incluso la muerte necesita de un poco de invención.
Sin saber nada de él, la exagerada leyó a Camargo unas ciento treinta y dos veces, si eso no es exageración no sé que puede ser. Lo leyó buscando algo que pudiese convencerme de que la muerte en su poesía no está sobredimensionada como me puede parecer. Buscó y buscó algo que pudiese decirme que la muerte en Camargo se abre a más de una interpretación que la muerte no es solo la que “borra la sombra de los viejos retratos” o la que “manchó las baldosas de silencios” sino que es también la que nos “cosió los costados”, te imaginas esa ternura de la muerte?, suspira… la muerte es “la mano tierna que junta los huesos”.
Aunque le advertí a la exagerada que a mí esto de la muerte física, del fin de todo y de todos con la muerte sigue sin convencerme, lo leería por algún extraño pacto y compromiso ya asumido con la memoria del poeta, mi lectura ya estaba condicionada, era ya demasiado tarde para evadirla. Lo leeré le dije, aunque a todas luces este tipo de poesía parecía muy alejada de nuestros escritores y temas preferidos.
Con una mueca, la exagerada parecía decirme: no podrás dormir más sin haberte acercado a él y haber visto su rostro. Aquí la exagerada, casi parece un oráculo. Es difícil a veces ver el rostro del escritor, conocerlo y reconocerlo en sus páginas, sobretodo si estas convencido de que no es lo tuyo, pero cuando lo encuentras prevalece en ti, literalmente, en forma de un estado de júbilo.
Cuándo ella ya lo había leído unas ciento treinta y dos veces, yo recién me zambullía, a tanta insistencia, en el libro que abre con uno de los poemas que más me gustó, una “Salutación” el primero de los poemas del libro. Mientras leo, casi al llegar al final del poema algo me hace cosquillas, me hace sonreír con un sentimiento de complicidad, por un momento he visto, creo, el rostro del autor, desconocido para mí. Era como si después de 46 años, me encontrara frente a un joven escritor, inteligente, brillante; pero aún así huidizo porque su alma parece hablarme desde un mundo de sabiduría que solo los ancianos poseen. No desde la rebelión de los jóvenes. Un escritor, Camargo que comparte con muchos escritores de vanguardia la misma certeza sobre el mundo. Como un lugar que absorbe a las almas, que no deja espacio a que la vida fluya imperfecta.
El párrafo dice:
“Sollózanos el luto sin ser dado y el oxígeno
Enorme que doblamos
Cuando desenterrados nos encuentra la muerte.
Horrible es esta muerte llevada a cabo en vida”
Horrible es esta muerte llevada a cabo en vida, muerte llevada a cabo en vida, muerte en vida.
Esto es lo que a mí me interesa de la muerte, la muerte moral, emocional, pasional, la muerte que nos impide mientras vivimos ser felices, ser lo que tenemos que ser. La muerte que nos paraliza.
La exagerada escucha, es tan excéntrica ésta idea que también le emociona, pero no quiere admitir nada aún. Con un solo poema, Camargo se unió a uno de mis escritores favoritos y a uno de mis temas favoritos.
Charles Bukowski y su “hombre congelado”. Todo empezó un día que recibió la carta de un poeta amigo suyo, que le decía: “estoy en esta pecera, comprendes, un inmenso acuario, y mis aletas no son lo bastante fuertes para recorrer esta gran ciudad submarina. Hago lo que puedo, aunque la magia sin duda ha desaparecido. Parece simplemente que no puedo arrancarme a mí mismo de este estado de congelación y seguir la “inspiración”. No escribo, no jodo, no hago maldita cosa, no soy capaz de beber, ni de comer, he de conectarme. Sólo congelación. De ahí la tristeza, pero nada parece funcionar en este momento. Va a ser un largo período de hibernación, una noche larga y oscura. Estoy acostumbrado al sol, a la luminosidad y la claridad mediterránea, al menos había luz, había gente, había incluso lo que se llama amor. Ahora nada. Rostros de media edad. Caras jóvenes que nada significa, que pasan, sonríen, dicen adiós. Oh, fría y gris oscuridad. Viejo poeta clavado en las estacas”.
aH! el querido viejo indecente, como describe a este estado de muerte.
“ … puede caer sobre un hombre a cualquier edad, pero la edad más propicia es finales de los cuarenta camino de los cincuenta, y yo lo concibo como Inmovilidad: una debilidad de movimiento, una creciente falta de cuidado y de asombro; lo concibo como LA ACTITUD DEL HOMBRE CONGELADO, aunque difícilmente pueda considerarse una ACTITUD, pero podría permitirnos enfocar el cadáver con CIERTO humor; de otro modo, la negrura sería demasiado, todos los hombres se ven afligidos, a veces, con la Actitud del Hombre Congelado, y esto queda mejor indicado por frases tan lisas como “sencillamente no puedo conseguirlo”, o: “ que se vaya todo a la mierda” o “dale recuerdos míos a Broadway”, pero normalmente se recuperan enseguida y siguen pegando a sus mujeres y dándole al reloj de fichar”.
El solo hecho de que Camargo me hiciese pensar en esto, en la muerte lenta a la que uno se expone a diario mientras compra el periódico, o mira un álbum de fotografías en facebook, o come una hamburguesa en la esquina de una transitada calle, valió el tiempo dedicado a su lectura. Cómo uno puede morirse en un frigorífico atestado de bocinas y smog? , Camargo lo dice mejor que yo en “Transito de huesos”:
“Debo andar nuevamente entre tanta ciudad
Que teja telaraña a mi zapato
y entre la muerte buscándonos por trenes transcurridos.
Ya no sabrás de mí clavando las palomas a tu llanto
Que es tiempo de partir
Hacia donde sepamos el objeto del alma
Y alcancemos la mano que nos cobra a diario
El arriendo del cuerpo”
(Transito de huesos)
Así la muerte física ya no es simplemente desaparición o desvanecimiento, en realidad casi ya no importa en sí, si no es en su relación con la muerte en vida no tiene ningún valor.
Camargo como buen poeta lo intuyó, lo supo muy temprano. Supo que la vida tiene su valor siempre que uno está despierto, que uno ha sentido dolor, tristeza o gozo. “yo tuve que nacer después de tanta herida entre el ángel sanguinario, cuya espada abrió arpas de sangre”
Solo así la muerte encuentra un sentido superior, un sentido justo, proporcionado. “y entre tiempo que es de todo tiempo de esa informe población nací como un resumen de la muerte” (poética).
A la exagerada, esto ya no le hace gracia. Prefiere quedarse con la idea de que la muerte seguirá siendo parte esencial de la poesía mundial porque a partir de ella se tejen los dramas más grandes de la historia, los grandes amores, los grandes y complicados momentos de despedida.
Pero como lo dijo alguien también, el público toma de un escritor, o de un escrito, lo que necesita y deja pasar lo demás. Pero normalmente suelen tomar lo que menos necesitan y dejan ir lo que más necesitan. De este modo, los escritores siguen su camino de creación, sin molestarse por lo que uno entendió o no. Yo tomé lo que necesitaba para encontrar a Camargo, pero no fue suficiente debo admitir. Sigue siendo infinita su lectura, son un enigma los espacios que habitó, los mundos que refleja en su poesía , me es difícil aún imaginarlo caminando por una casa, o debajo la tierra hecho raíces, o en la telaraña y el musgo… o desapareciendo en el universo cuando se abre un hueco en el ojo.
Es como si no hubiera querido vivir muerto por eso se apegó y se hizo uno con las cosas vivas del mundo, en el sonido, en el viento, en las lágrimas, las raíces y semillas.
Empiezo a sonar como la exagerada. Tal vez es bueno ser exagerada y creer en la invención, en la creación de cosas que están más allá de la verdad como en los poemas de Camargo.
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