Ensayo de Bolivia

Espacio para el ensayo, la crítica, reseñas y artículos sobre literatura boliviana.


miércoles, 23 de marzo de 2011

Traidores del alma: sobre "Seis muertos en campaña" de Augusto Céspedes

Jessica Freudenthal

En lengua guaraní, ñe'~e significa "palabra" y también significa "alma".

Creen los indios guaraníes que quienes mienten la palabra, o la dilapidan, son traidores del alma.

Eduardo Galeano

La Guerra del Chaco es un tema intenso abordado muchas veces en la literatura boliviana. La sangre derramada provocó un gran impacto en los escritores y pensadores de esa época. Augusto Céspedes se inscribe dentro de esta escritura para abrir una posibilidad de nombrar y terminar con una época de oscuridad.

Seis muertos en campaña forma parte del libro Sangre de Mestizos, los títulos ponen en evidencia temas importantísimos en la literatura de Céspedes: la muerte, la guerra y el mestizaje. Sin embargo, empezamos diciendo que Céspedes aborda también el hecho de nombrar esa realidad, el lenguaje es un tópico central en su labor escritural.

El cuento comienza con un epígrafe, un fragmento de una carta escrita por el Mayor de la Sanidad Boliviana V… La carta habla a cerca de las notas del sargento Cruz Vargas. No es casual que Céspedes comience su texto de esta manera, ya que con ello logra poner en evidencia la importancia de la escritura, el autor de Sangre de Mestizos, parte de la escritura misma, del hecho de escribir, más que del contexto histórico. El narrador comienza describiendo las notas del Sargento Cruz Vargas:

(...) están escritas en papeles sueltos, al lápiz, son difíciles de captar por la caligrafía irregular y el concepto. Coordinándolas en forma novelable son las siguientes (…)

Desde el inicio del cuento, sabemos que nos enfrentamos a un texto fragmentado, y que ha sido dispuesto por un agente externo quien dirige nuestra lectura, en un determinado orden novelable, es decir ficcional. Un “orden” establecido por un narrador que dirige y guía al lector, pero haciendo énfasis de que los hechos narrados son ante todo escritura. Así mismo, nos encontramos frente a un texto fragmentado, incompleto, que refleja a su vez una realidad y un individuo escindido.

Al final del capítulo primero encontramos una frase que refleja y ejemplifica lo expuesto en el párrafo anterior:

(…) Uno murió así:

Ese es el “final” del primer capítulo. Los dos puntos detienen el discurso para llamar la atención sobre lo que sigue. Sin embargo, “nada” sigue, el vacío es la continuidad. Sí, efectivamente continúa el siguiente capítulo (ordenado de manera novelable por un narrador), pero dentro del texto anterior, después de los dos puntos no hay nada, rompiendo así con el énfasis y con su uso convencional, haciendo evidente el carácter fragmentario del texto, que refleja también una realidad fragmentada donde se produce una hendidura en el lenguaje.

El lector se enfrenta a un texto que le demanda, en primer lugar, reordenar el caos, es decir, jugar el juego establecido por el autor del “orden” novelable de los fragmentos de las cartas, o establecer su propio orden; y en segundo lugar, descubrir y reestablecer los sentidos posibles. Por ello la ambigüedad y la fragmentación son la esencia misma de este cuento, ya que el lector es quien dará sentido a la obra. Julia Kristeva afirma que el texto es un espacio dialógico, que puede dar lugar a diferentes lecturas, totalmente opuestas. Seis muertos en campaña ha sido leído desde las vertientes históricas y estructuralistas; se han revisado los personajes, el manejo del tiempo del espacio, y otros. También ha sido leída desde la formación y el pensamiento político de Augusto Céspedes. Sin embargo, la apuesta del autor, al hacer énfasis en el metalenguaje y la metaficción, lleva a este texto a otro nivel, donde el cuestionamiento no es solamente a cerca de la escena política, social, económica del país, sino a la esencia misma del ser humano.

El personaje, a pesar de estar inmerso en la realidad de la guerra, rodeado de muerte, en el “Infierno Verde”, en un estado de muerto-viviente, tiene una preocupación y una ocupación: la de la escritura: en el capítulo III el personaje enuncia:

…¿Cuándo escribiré la historia de Aniceto? A través del recuerdo (y de la propia escritura de las “notas”), el personaje logra recordar: Lo estoy viendo, a través de la escritura las cosas, las personas y los hechos se hacen visibles y presentes.

Sin embargo, el lenguaje entra en crisis en un punto de la narración, pues el sujeto, el personaje, vive la experiencia del horror de la guerra, una experiencia cercana a la muerte, donde el lenguaje va desapareciendo:

¿Me dejaré entender? Es posible que no. Advierto que me he acostumbrado a no escribir y ni siquiera a pensar con palabras. A mi cabeza acuden no las figuras ni los nombres de las cosas, sino las cosas mismas, sin nombre: los árboles, las picadas, los soldados, los enfermos, las caravanas de camiones (…)

Las cosas llegan sin nombre al personaje, directamente, en su más cruda esencia, no hay un lenguaje como mediador, tampoco las figuras llegan a él, solo las cosas mismas, desprovistas de palabra, de lenguaje. Esto produce una despersonalización, pues el lenguaje es la casa del ser. EI hombre mora en esta casa. Los pensadores y los poetas son los custodios de esta morada. Sólo donde está el lenguaje, está el mundo, es decir: el recinto cambiante de la decisión y la obra, de la responsabilidad y la acción, pero también de la arbitrariedad y el ruido, de la caída y la confusión. Sólo donde impera el mundo se encuentra la historia. No es el hombre el que determina al Ser, sino el Ser el que, a través del lenguaje, se revela a sí mismo al hombre y en el hombre. El hombre se vuelve entonces guardián de esta verdad, el centinela en este claro del bosque, el pastor del Ser[1]. Así, al perder las cosas su nombre, se pierde el mundo, se pierde la esencia de ser, se pierde la vida, y sólo queda el silencio y la muerte: el hombre deja de ser hombre.

El personaje empieza a despersonalizarse, expresa que no puede retener ya sus ideas (pues estas están hechas de lenguaje):

Mi cabeza es una caja llena de tierra árida, de arena sacudida.

Raquel Montenegro expone: Lo primero que llama la atención es que cada cuento tiene un personaje-relator que va narrando la anécdota, pero poco a poco al sucederse la acción, éste va dejando lugar a un elemento especial (un objeto, un recuerdo, un animal, etc.), que va adueñándose del relato y del mismo hombre hasta convertirse en real protagonista o amo del personaje-títere. El hombre va empequeñeciéndose y minimizando su rol a tal extremo que este ya no es importante.[2]

A primera vista se podría decir que el protagonista de Seis muertos en campaña se reduce a las cartas que escribe, pero en realidad se reduce a la escritura misma. Las cartas son el único trazo que va quedando de él ante la violencia, el maltrato, la angustia, el hambre, la soledad y todos los horrores de la guerra. Pero incluso, por momentos, como lo vimos anteriormente, incluso el rastro de su lenguaje se pierde, y las cosas llegan a él sin nombre.

Fernando Baéz dirá: es el lenguaje, claro. Como autobiografía plena del ser, por ejemplo. Como destino, coartada, maldición, revelación, encuentro. Como relación natural o arbitraria. Es esto: ser debería entenderse como ser dicho. Un poco lo que ha escrito Heidegger: "El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre". ¿El lenguaje como casa? También como orilla, vértigo, intemperie, divinidad.[3]

En el capítulo III el personaje escribe:

Me acuerdo, no sé porqué, de un perro y de mi primo Aniceto cuya historia he querido siempre escribir. Pero ocurre que generalmente me olvido de lo que quiero y ahuyento las palabras para quedarme mudo, por dentro y por fuera, siendo así que lo único que ya vive de mi cuerpo son mis palabras y mis piojos. Mi vida antigua, los mil años que me separan de mi terruño, dormido en las faldas de la montaña, mi madre, mi hermana, y mis terribles dolores de la campaña, todo eso ¿acaso existe ahora? Sólo mis palabras lo desentierran de mi corazón. ¡Las palabras! Son lo más inútil y lo más cierto de la creación. Por eso yo quiero escribir. Yo sé que los hombres nacemos con un destino de palabras, y mientras no las hayamos vaciado, no podremos morir, aunque aún no habremos vivido. Nuestro mundo existe sólo durante un millonésimo de segundo para dar lugar al nuevo hecho, pero los renglones lo pueden enjaular. Y entonces el hecho ―dolor, sombra o muerte― ya es nuestro, ya es permanente y manso.

¿Para qué hubiera ocurrido, señor, todo aquello si no fuese para escribirlo?... Escribirlo, aunque sea nada más que para que lo lea Dios. Que sepa este señor el sufrimiento inédito que no vio nadie en la selva desierta y abone en nuestra cuenta el anticipo de infierno que vivimos. Lo que se hizo y no se dijo, no ha existido. Vengan a mí las palabras. Son como un sacramento, son más reales que la acción, valen más que ella y nos consuelan más. Señor mío Jesucristo…

El personaje no escribe desde “el holocausto”; desde la guerra y la muerte. Escribe desde la propia catástrofe, buscando un lenguaje que sea capaz de nombrar el horror de la guerra, del Infierno Verde. El personaje es conciente de que la palabra no le basta, y así se orilla y se mantiene en el límite de lo inexpresable. Siempre ha querido escribir una historia, pero no lo hace. El personaje se fuerza al mutismo, al silencio, otorgando a las palabras el poder de decidir sobre su mente y sobre su cuerpo. Sólo las palabras son capaces de evocar, de traer y revivir lo que ya no existe o parece que ha dejado de existir.

¿Cómo se muere? Yo podré decir ahora una de las maneras de morir contando la historia de Aniceto. Pero antes es un perro quien reclama su aparición en estas líneas, un perro a quien mató Aniceto hace muchos años.

La performatividad y el metalenguaje son claves para el funcionamiento de este cuento. La historia de Aniceto se va contando, fragmentariamente, mientras se la va contando, de manera escindida, desde una realidad rota.

El perro reclama su presencia en las líneas, este personaje animal es conciente (así como el narrador-escritor) de su fundamental presencia y aparición en la narración para poder escribir la historia. En Seis muertos en campaña, la historia (con minúscula) se entrelaza a la Historia (con mayúscula) haciendo un juego de ironía, esta “historia” es escrita por los vencidos. La escritura dentro de la escritura.

¡Las palabras! Son lo más inútil y lo más cierto de la creación. Por eso yo quiero escribir. Esta conciencia del carácter ficcional y trivial de las palabras, así como de su carácter de “verdad”, demuestran lo que en realidad se pone en juego en el cuento de Céspedes. El personaje quiere escribir, porque sabe que las palabras pueden ser inútiles, pero que también pueden salvarlo, devolverle su humanidad, y más aún, la palabra escrita hace trascendente a la H/historia. Un pasaje, un capítulo de Bolivia, un fragmento doloroso y ensangrentado, no deberá caer en el olvido: y para eso la palabra.

El destino del hombre es un designio hecho de palabras (el lenguaje es la casa del ser), frente a esta maldición, este destino inescrutable y designio fatal de las palabras, lo único que le queda al ser son las propias palabras, igual que en el Shoa y el Holocausto, ante la prohibición de escribir sólo queda escribir. Esta obra renueva la literatura boliviana, al tratar el tema de la Guerra del Chaco desde el punto social, pero sobre todo desde la perspectiva literaria y los cuestionamientos sobre y desde el lenguaje.

La fuerza del lenguaje, su capacidad de detener el tiempo, de atraparlo entre las líneas, el poder de las palabras de enjaular el dolor y el sufrimiento, de encadenarlos a una página de papel, está también expuesto como un maravilloso legado de Céspedes.

Escribiendo, novelando la historia, los recuerdos, los hechos y deseos, el mundo existe, el ser, la persona existe. Escribir aunque sea sólo para que lo lea Dios, enunciará el personaje, para memoriar la historia, el dolor, la guerra, para no olvidar lo inútil de ésas palabras.

Termino con las palabras de Céspedes:

Lo que se hizo y no se dijo, no ha existido. Vengan a mí las palabras. Son como un sacramento, son más reales que la acción, valen más que ella y nos consuelan más.

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Bibliografía

- Céspedes Augusto. Sangre de Mestizos. Seis Muertos en Campaña. Nascimento. 1936

- Montenegro, Raquel. El paseo de los sentidos. Estudios de Literatura Boliviana Contemporánea. El personaje en “Sangre de Mestizos”. IBC. La Paz. 1983

- Baez, Fernando. Filosofía del Lenguaje. http://sociedaduda.iespana.es/sfuda/4.htm



[2] Montenegro, Raquel. El paseo de los sentidos. Estudios de Literatura Boliviana Contemporánea. El personaje en “Sangre de Mestizos”. IBC. La Paz. 1983

[3] Baez, Fernando. Filosofía del Lenguaje. http://sociedaduda.iespana.es/sfuda/4.htm

5 comentarios:

  1. Jes, parabéns pelo site. Bonito, e valioso. Eu estou aqui agora querendo ler Augusto Céspedes...
    Beijão.

    Daud

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  2. Gracias Daud! Un abrazo gigante hasta brasil! Te mando cuentos si quieres!

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  3. Sí, sería genial! Te puedes mandarlos a mi correo electrónico? Besos!

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  4. Quisiera resumen de toda la obra gracias☺☺

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  5. Podría haber resumen de cada capítulo

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